Aún faltaba década y media para la gran aventura latinoamericana de Telefónica, pero en 1979 la compañía hizo un acercamiento al continente hermano. Es el año de la firma del convenio de asesoramiento y consulta con la Empresa Nacional de Telecomunicaciones argentina (Entel) para instalar una red pública de transmisión de datos, tecnología en la que Telefónica era puntera. De hecho, también vendió esta tecnología a Chile y México. Era un primer paso que permitió, por primera vez a algunos técnicos españoles desplazarse a Hispanoamérica y conocer su realidad de primera mano.
Otra de las singularidades del año 79 es la creación de la llamada Junta Nacional de Telecomunicaciones, un organismo dependiente del Ministerio de Transportes y Comunicaciones que nace para coordinar a las entidades públicas y privadas con responsabilidad en la industria. Telefónica recibe esta iniciativa con optimismo, convencida de que servirá para organizar un sector que habría de ser clave para el crecimiento económico de las décadas siguientes. Telefónica se compromete entonces a presentar al Gobierno un plan a cuatro años con el objetivo de reflejar las necesidades de extensión del teléfono en un país donde la demanda crecía sin parar, y las inversiones y financiación que llevaría aparejado este despliegue. Las grandes cifras hablaban de más de 4,5 millones de nuevos teléfonos y una inversión asociada de casi 600 millones de pesetas (3,6 millones de euros).
Son tiempos duros, hay crisis económica, el paro es elevado y también lo es la inflación. La actividad económica se ralentiza y Telefónica lo acusa, aunque las comunicaciones corren mejor suerte que otros sectores. El año termina con 1,6 millones de kilómetros de par de cable urbano nuevo. Sumados a la planta ya existente, el resultado son más de 3,3 kilómetros de cable por cada uno de los abonados de la compañía en ese momento. A pesar del aumento de los costes, Telefónica se las ingenia para seguir tirando red y conectando España.
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