Ya en 1950 la prioridad de trabajar en equipo era una máxima. En el manual de la telefonista de este año se puede leer: “pero la ejecución del servicio sería imposible si cada telefonista, aun con la mejor intención, trabajara como le pareciese (…) la labor de conjunto es especialmente necesaria en la tarea de establecer una conferencia, ya que la operación interurbana, no será posible si se carece de espíritu de cooperación similar al de un equipo deportivo”. Las telefonistas tenían el contacto con el cliente, eran la imagen de la compañía en su trato diario y debían comportarse con cortesía. Al mismo tiempo llevaban la operación en las llamadas interurbanas e internacionales y debían ser eficientes coordinándose con otras telefonistas. Su formación debía ser muy completa. Ese sentimiento de compañerismo, de formar parte de una gran familia y de pertenecer a algo grande, ha sido parte de la cultura de Telefónica. Algo que permanece vivo tras los diversos cambios organizativos, estratégicos y tecnológicos en estos cien años. Por eso todavía decimos “soy telefónico/a”, y no “yo trabajo en Telefónica” y si te acercas a un telefónico pronto notarás como transpira, por todos sus poros, ese orgullo de pertenencia.
En 1950 el Consejo de Administración de Telefónica aprueba la emisión y puesta en circulación de 400 millones de acciones ordinarias, que inmediatamente pasaron a cotizar en Bolsa. Y es que la compañía, aunque hace un intenso aprovechamiento de la infraestructura existente, necesitaba urgentemente fondos para las inversiones que su desarrollo exigía. Al año siguiente acordó emitir, en dos etapas, 1,2 millones de acciones, y por Decreto-Ley el Ministerio de Hacienda fue autorizado a suscribir 541.735 acciones nuevas de la CTNE.
La CTNE empieza la década con casi 15.000 empleados y 60.000 nuevas altas netas “a pesar de las dificultades por todos conocidas”, como decía el Presidente, José Navarro-Reverter, en su carta incluida en la Memoria anual. Las dificultades, claro, seguían siendo la carestía y la escasez de materiales y equipos, que la CTNE pudo solventar gracias a las fábricas asociadas a Standard Eléctrica en Londres, París y Amberes, y siempre después de obtener las correspondientes autorizaciones de los poderes públicos.
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